McGrady, de un pequeño pueblo de 9.000 habitantes al Hall of Fame
Ya conocemos los nombres que este año se incorporarán al Naismith Basketball Hall of Fame. Al repasar la lista hay un nombre que, inevitablemente, destaca por encima de los demás: el siete veces All-Star y dos veces mejor anotador de la NBA Tracy McGrady. Junto a él, Robert Hughes, Bill Self, Rebecca Lobo, Muffet McGraw, Mannie Jackson, Tom Jernstedt, Jerry Krause, ‘Zack’ Clayton, Nick Galis y George McGinnis verán sus nombres en el museo situado a la orilla del río Connecticut, en un espacio que el Sr. Naismith concibió hace ya más de cien años.
Tras sus comienzos en el gimnasio de un pueblo de 9.000 habitantes como Auburndale, y después de una carrera de 16 años, “T-Mac” se ha ganado un espacio en Olimpo del baloncesto.
Puede que haya pasado mucho tiempo desde su retirada y que ahora reciba un honor que muchos reivindicaron para McGrady tiempo atrás, pero ha llegado el momento de ver su nombre entre los más grandes, un recordatorio de su etapa dorada en Orlando Magic, pero también de sus inicios con los Raptors y de sus seis temporadas con los Rockets.
Sólo han pasado cuatro años desde su retirada oficial en 2013, pero, a muchos, la espera se les ha hecho larga.
Tracy McGrady forma parte del Olimpo de la NBA desde aquel diciembre de 2004 en el que los Rockets perdían de ocho frente a San Antonio a falta de cuarenta segundos. Hay genios que se despiertan frente a la adversidad, y los allí presentes pudieron vivir uno de los momentos más grandiosos de la historia del baloncesto.
Con mayúsculas. McGrady se echó al equipo encima y comenzó a anotar triple tras triple. Tras el ciclón, el marcador confirmaba lo que los incrédulos ojos de sus rivales se negaban a aceptar: Tracy McGrady acababa de anotar 13 puntos en 33 segundos para dar la victoria a su equipo por la mínima. Poco más de medio minuto para confirmarse como leyenda.
Tracy McGrady fue elegido en el noveno puesto del NBA Draft de 1997 por los Toronto Raptors, sin pasar por la universidad. Era una promesa, un portento físico con una muñeca que apuntaba maneras, pero todavía estaba lejos de ser el hombre-franquicia que pasaría a la historia. Su juego sí llamó la atención de unos Orlando Magic necesitados de gente a la que no le asustase conducir el balón. Su llegada a Orlando coincidió con una metamorfosis como jugador que lo llevó de ser una pieza más del puzle a uno de los máximos anotadores de la historia de la liga.
Tras su partida, Orlando sigue siendo hoy un equipo desnortado.
No llegó a alcanzar los playoffs de Conferencia de este año.
McGrady fue un habitual del All-Star durante los años que pasó con Orlando y Houston, llegando a levantar el premio a máximo anotador durante dos años consecutivos, 2003 y 2004. Y no hablamos de una época en la que la NBA estuviese falta de talento: Kobe, LeBron, Nash… McGrady se ganó en las canchas el derecho a ocupar su pedestal.
El propio Bryant lo definió como “el jugador más duro al que he defendido”.
Bajo el tablero, desde la zona, en la línea de tres… su versatilidad y dominio de la cancha lo convertían en una pesadilla para sus rivales. ¿Qué habría pasado si las lesiones le hubiesen respetado más? ¿Y si hubiese jugado en alguno de los grandes? ¿O si hubiese superado los 70 puntos frente a los Wizards? Son preguntas innecesarias a la hora de describir la grandeza de un jugador de este calibre.
McGrady era un jugador de videojuego: rápido, intimidante, espectacular en el salto… Capaz de anotar desde cualquier punto del parqué, a nadie extrañaba ver su marcador personal por encima de los 40 o 50 puntos. Ahora, su presencia en el Hall of Fame servirá como recordatorio de que “T-Mac” existió entre los mortales.
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